viernes, 26 de enero de 2018

No soy Stanislavski

Echo de menos sentir
el ansia por vivir.

Añoro las sonrisas 
que no tenía que forzar,
y las lágrimas 
que antes se me escapaban 
cuando me hacías reír.

Ahora mis ojos solo arrojan sangre transparente.

Resbala, formando cicatrices por mis mejillas;
repasa mis pecas, hasta que alcanza mis labios. 

Los tuyos 
ya no son lo suficientemente afables 
como para curarlos.

Porque te tengo sentado a mi lado, 
pero parece que hubiera 
un muro de hormigón entre ambos.

Olvidé el color de tus ojos
y el sabor de tus labios.

Tus gustos y encantos.

Solo veo una sombra en el asiento de al lado.

Creo que me suena de algo.

Tal vez de haberme enamorado.

Pero en mí no quedan sentimientos 
que avalen lo abordado.

Hace siglos, 
el humo y el café 
se perdieron por el camino.

Esquivaron mis pulmones
y alcanzaron mi corazón.

Lo tiñeron de negro,
a juego con mis miedos.

Me inhabilitaron para sentir, 
soñar o amar.

Luego dejé de fumar,
pero al café me fue imposible renunciar.

Encharca mis órganos internos,  
para que a ninguna emoción
se la ocurra transformarse en sentimiento.

Me convertí en actriz.

La que soñaba 
con mirar la vida tras una cámara.

Perdió el derecho a soñar
y el rol de cineasta.

Me encuentro sentada 
frente a ella. 

Junto a ti.

Ahora, es lo único que me permite vivir,
algo semejante a sentir.

Dicen que soy buena actriz,
Porque se me da bien fingir ser otra persona.

Siempre es más fácil.

Aunque el cine ahora vaya con filtro, 
y solo quede un vestigio 
de lo que en su día, 
un cinéfilo ocurrente, 
apodara como cinema verité.

Soy un ser averiado,
que llora con lágrimas de sangre.

Bebe café con Whisky.

Y finge soñar despierta,
para que nadie se entere
de que actúa,
y no siente.

Porque vendió su alma al diablo.
Por una utopía de ensueño.
La oportunidad, en el pasado,
de amarte aunque solo fuera 
por unos años.
Foto: Raquel Martín (@leuqarpictures)

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