En mi reflejo,
solo veo un saco de huesos,
un cadáver impávido, de pellejo,
ojeras y sueño.
La sombra
se ha adherido a las cuencas de mis ojos.
Mis labios,
están cubiertos de una fina lámina blanca
que, en otro tiempo, era de caramelo.
Arrugada, agrietada,
cada corte sabe a óxido
cuando mi lengua
trata, con saliva, de cicatrizarlo.
El espejo
parece haberse roto en mil pedazos.
Las horas
frente a un móvil resquebrajado
hacen que mi vista cansada
vea todo del mismo modo.
Mirarme al espejo.
Ver un rostro destrozado,
de una muñeca de porcelana,
de una niña desalmada.
Roto,
en demasiados trozos.
Frágil,
y descuidado.
Con mil y una imperfecciones,
resultantes de una producción
en cadena de errores.
Me miro al espejo;
Mis pupilas,
parecen ser lo único que ha quedado intacto.
Salvo por la fina
cortina de agua salada,
que amenaza con desbordar los límites de mis pestañas.
Con un goteo de lágrimas
o una cascada.
¡Qué alguien avise al barquero!
A Caronte, me refiero.
Que esté preparado
para recogerme.
La próxima vez que me mire al espejo.
Por si acabo ahogada en la Estigia,
y esta vez no logro
resurgir del infierno.