Desorientado, busca una salida.
Escapar de la abstinencia,
fugarse, esfumarse,
parar de fumar,
de pensar,
olvidar,
olvidarse,
olvidarla. Sin dejar huella.
Sin mirar atrás. Sin mirarla a Ella.
Piensa en dejarla. Dejar la droga,
que consume su vida ahora.
Dejarla sola, postergada,
sin mirar de vuelta, ni volver a verla.
Pretende dejarla a Ella.
No es tan fácil. Paso a paso,
son demasiados escalones para hacerlo del tirón.
Debería empezar por privarse del café, por su aroma.
Por esa adicción que manchaba sus camisas y la impregnaba de su olor.
Ese color, que se asemeja al de sus ojos a falta de luz.
Ese sabor, que recuerda al de sus labios
cuando de mañana se levantaba revoltosa
y le esperaba en la cocina con nada más que una camisa
manchada,
manchada,
como no, como siempre, de café.
Se cree capaz de pasar de Ella.
Pero, cómo hacerlo si cada puto lugar del mundo
lo ha soñado para ella.
Si todas las canciones que escucha o hablan de amor
o las ha escuchado antes con Ella.
Si toda la comida que le gusta le sabe a Ella
y todas las películas que visiona
guardan alguna relación con Ella.
En ocasiones como esta
la idea de abrirse las venas no parece tan descabellada.
Porque es más fácil que olvidarla.
Arrancarse los ojos, para dejar de verla.
Cortarse la lengua y rasparse los labios
para sacarse los suyos de la cabeza.
Ir a la guerra, y esperar en las trincheras
a que una explosión reviente sus tímpanos o con suerte
la muerte le vuele la cabeza.
Así en lugar de arriesgarse a cortarse las venas,
parecer un cobarde,
un idiota estúpido en busca de un final épico,
digno de un artista frustrado, actor en paro o estrella del rock abrumado
por el éxtasis y la presión.
Le creerían valiente por perder la vida de contienda.
No tendría que dejar el café o el tabaco, arrancarse los ojos ni tampoco rasparse los labios.
Y aunque Ella le odiase,
si muriera en la guerra,
seguramente Ella sería
quien no podría sacárselo
de la cabeza.
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