domingo, 11 de marzo de 2018

Carta a un desconcierto

He vuelto. 
Gracias al insomnio.
A soñar despierta.
A pensar rimando. 
A vomitar palabras,
sobre una pantalla resquebrajada 
que empieza a destrozar 
también las fotos 
que tras ella guardaba. 

Vuelve a pasarme factura 
no hacer 
copia de seguridad,
la nomofobia 
ha hecho 
mi memoria virtual. 

Cada imagen
se corresponde 
con uno de mis recuerdos.

Las que retrataban tu nombre, 
ya han sido, 
en su mayoría, 
dañadas por el tiempo.

No deben quedar muchos golpes
para que me ocurra lo mismo 
con tus versos

Ultimamente me siento optimista.

Pienso y espero.

Si el destino es prudente, 
no tendremos 
que volver a vernos. 

Aunque "frecuentemos los mismos lugares", 
yo me pido salir los días impares. 

De ese modo,
evitaremos los momentos incómodos, 
los desvíos de mirada y, 
por supuesto,
el desbordar los embalses 
con más lágrimas. 

La sequía agradece nuestra gran aportación a la causa.

Pero me parece 
que ya ha habido 
suficiente sangre transparente derramada. 

Aunque ahora 
que no estás, 
tenga más marcas. 

Casi puedo recordar nuestras escenas censuradas. 

Las buenas y las malas.

Al final, 
supongo que podré ingeniármelas 
para borrarte,
completamente, 
de mi alma.

Aunque antes deba hacer algunos sacrificios,
como desintonizar a Bob Dylan de mis listas de reproducción; 
embalar todo el cine de autor;
y, por supuesto,
eliminar de mi GPS tu dirección.

Creo que sería más fácil tirar el móvil al agua. 

Esperar a que se rompa la puñetera pantalla, me mata.

Me corto, cada vez que escribo mis falacias.

Así, tal vez, consiga más tiempo de vida, 
solo unos minutos reales
en los que ser feliz.

Seguramente,
en un mundo "romántico",
sin móviles ni ordenador,
nuestra "relación"
habría ido mucho mejor. 

Ahora nos toca seguir adelante
con la cabezonería y dignidad fingida 
correspondientes a esta, 
nuestra sociedad millenial
de última generación. 
A la que parece sobrarle el tiempo,
y no estar preparada
para el verdadero significado
del sufrimiento.